06 noviembre 2008

Conducta agresiva



Todos los niños pueden tener, a partir del primer año de edad, momentos o ataques de agresividad que junto con los impulsos contrarios, es decir, de cariño y amor, son el primer bagaje emocional que traen al nacer. Son reacciones adaptativas e incluso necesarias para la supervivencia y el desarrollo normal y deben ser “vividas” por el propio niño. El problema surge cuando esa agresividad se mantiene en el tiempo, se convierte en la forma habitual de resolver sus conflictos, de llamar la atención o de conseguir lo que quiere.

En su primera etapa de vida, el niño aún no sabe bien qué puede y que no puede hacer. Esto le desconcierta y le provoca inseguridad. Esta agresividad inicial puede ser entendida, en un primer momento, como una forma de pedir límites para obtener dicha seguridad.

Sin embargo la situación cambia cuando esa misma actitud agresiva se convierte en una herramienta poderosísima y tremendamente eficaz para conseguir sus deseos. Esa utilidad aparente (real en algún momento) pasa a ser fuente de frustraciones y problemas de comunicación y relación social, llegando a impedir una adecuada integración, contribuir a un futuro fracaso escolar y en casos extremos ser la base de una conducta antisocial que pueda desarrollarse en la adolescencia y edad adulta.

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